HOMILIA ENCUENTRO DIOCESANO
JUNTOS SEGUIMOS AL SEÑOR QUE NOS AMÓ Y ENSEÑÓ A AMAR
1Jn 3, 11-21. Sal 99, 1-5. Jn 1, 43-51
Colegio Salesiano. Valdivia, 5 de enero 2018
Queridos hermanos y hermanas:
Estamos aquí porque algún día Jesús salió a nuestro encuentro y nos dijo: “Sígueme”, como le pasó a Felipe de Betsaida, según nos dice el Evangelio que acabamos de escuchar,. Seguramente, también en nuestra historia, ha habido algún Felipe que, como a Natanael, nos dijo que había encontrado a Jesús. Quizá pusimos peros… “¿de Nazaret puede salir algo bueno?” (Quizá hoy nos digan “¿de la Iglesia puede salir algo bueno?” Y ello desde el desconocimiento y la imagen tantas veces distorsionada). Sin embargo accedimos a la invitación: “ven y verás”, es decir a conocer directamente al Señor. Nos quedamos, como Natanael, tras un increíble encuentro con Jesús, descubriendo, que nos conocía y amaba incondicionalmente. Así iniciamos una aventura de fe y de amor, la aventura del seguimiento de Jesús… Así es que, estamos aquí, como discípulos misioneros…
Todos tenemos vocación de seguidores… y en el año pastoral que terminamos, trabajamos especialmente el tema vocacional e intensificamos la oración por las vocaciones y ministerios. Fruto de ello nos hemos propuesto un trabajo más coordinado de todos los servicios y realidades que tienen que ver con los jóvenes. Consideramos a los jóvenes como una prioridad permanentemente pero queremos dar un impulso especial este año que se celebrará el Sínodo de los Jóvenes. Vivimos con alegría y esperanza la inquietud e interés vocacional de algunos jóvenes y, particularmente, la Ordenación Presbiteral de Diego Gallardo, Misionero de la Preciosa Sangre, quien viene sirviendo en nuestra diócesis en la parroquia y en la cárcel.
Queremos seguir llamando a formarse para los diversos ministerios en los campos de la Liturgia (Ministros extraordinarios Comunión, Lectores, etc), de la Palabra (Catequistas, Educadores, etc.) y la Caridad (atención a enfermos, mayores, privados libertad, migrantes, etc). Por supuesto seguiremos llamando al Diaconado y Presbiterado. Necesitamos muchos corazones, pies y manos…, para servir.
Y…, hemos ido “viendo cosas mayores”. Nos hemos sentido amados y salvados. Sabiendo de dónde venimos y a dónde vamos. La vida se fue cargando de sentido, con la misión de vivir y comunicar la alegría del Evangelio, con la tarea de construir el Reino de Dios ya aquí, sabiendo que un día gozaremos de él en plenitud. Nos fuimos experimentando más capaces de amar, por la fuerza del Espíritu de Dios derramado en nuestros corazones, siguiendo a Aquel que nos amó primero y entregó su vida por nosotros. Siguiendo al Señor que vino para que tengamos vida en abundancia…, para que vivamos un gozo que nadie nos podrá quitar…, para que hagamos partícipes a los demás de la alegría del Evangelio.
Sí, hermanos, es cosa de vida o muerte, por eso les invito a pensar: ¿Cuánto de vivos o de muertos estamos? La misión de Jesús iniciada en el gran acontecimiento de la Encarnación que estamos celebrando, y que culminó en su Pascua de Resurrección, consiste en ayudarnos a pasar de la muerte a la vida. Y ¿cómo vamos sabiendo que estamos haciendo este camino? Nos lo ha dicho la primera lectura: “Nosotros hemos pasado de la muerte a la vida: lo sabemos porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte… No amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras”. Así que, la pregunta sobre ¿cuánta vida? se transforma en la pregunta por ¿cuánto amor? Y, nos dice San Juan, “hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros”.
Amar es tener y dar vida. Lo nuestro es amar, es servir, como nos enseñó nuestro Señor Jesucristo. Amar y mover los corazones al amor es la gran característica del liderazgo de Jesús y de sus seguidores. Un liderazgo cristiano, que de acuerdo a nuestras Orientaciones Pastorales, es la línea que nos corresponde profundizar este año.
Queremos celebrar esta tarde como Iglesia Diocesana, en la Eucaristía, que es fuente y culmen de nuestra vida cristiana, una profunda Acción de Gracias al Padre, por el don de su Hijo Jesús, en quien nos amó hasta el extremo. Amor actual, aquí y ahora, que se sigue prodigando a través de tantos dones recibidos. Y, agradecidos, queremos seguir ofreciendo nuestra vida al Señor. Queremos vivir una vida Eucarística, en acción de gracias y en ofrenda. Vida Eucarística que profundizaremos con toda la Iglesia chilena que este 2018 celebrará un Congreso Eucarístico.
Queremos sentir y vivir que “Juntos hacemos Iglesia”. Por ello, junto a la ordinaria atención a la propia comunidad, movimiento, capilla o parroquia, necesitamos crecer en experiencia y conciencia de Iglesia Diocesana. Somos la Iglesia que peregrina en Valdivia. Quizá este momento de “sede vacante” sea una ocasión propicia para crecer en ello. Personalmente, quiero agradecer toda la colaboración, apoyo y oración, que me brindan. Y el trabajo que todos han seguido realizando con entusiasmo y generosidad. Esto muestra la madurez de nuestra Iglesia diocesana y de todos sus agentes pastorales… Muestra que sabemos asumir la vocación y ministerio propio, más allá de quien nos presida…
Pero, como dice el Concilio Vaticano II (CD 11): “La diócesis es una porción del pueblo de Dios, cuyo cuidado pastoral se encomienda al Obispo con la cooperación del presbiterio, de manera que, unida a su pastor y congregada por él en el Espíritu Santo mediante el Evangelio y la Eucaristía, constituya una Iglesia particular, en la cual verdaderamente está presente y actúa la Iglesia de Cristo una, santa, católica y apostólica”.
Necesitamos un Obispo, con todo el significado apostólico (sucesión apostólica), sacramental (plenitud del sacerdocio) y pastoral (pastor propio). Vivimos un tiempo de administración apostólica, en nombre el Papa, supliendo la falta de Obispo; con un administrador que asume las competencias y obligaciones del Obispo diocesano pero, lógicamente, con algunas restricciones, propias de su interinidad, y propias de quien no tiene el Orden del Episcopado. Lógicamente no debería prolongarse mucho este tiempo de provisionalidad
Nuestra diócesis tiene una rica historia y damos gracias a Dios por todos cuantos han vivido y servido en ella desde su creación. Así recordamos a nuestro último Obispo, D. Ignacio, ahora sirviendo a la Iglesia que peregrina en Antofagasta. Recordamos a tantos sacerdotes que se han entregado generosamente. Recordamos a los hermanos diáconos y a tantos laicos que con entrega generosa han construido esta diócesis. Y hoy seguimos llenos de riquezas, especialmente la fidelidad y entrega de ustedes y de tantos otros hermanos… Al mismo tiempo estamos necesitados de tantas cosas… sobre todo vocaciones, recursos, etc.
Pero hoy, al tiempo que damos gracias por toda la historia diocesana y por el camino realizado estos más de 4 meses de “sede vacante”, queremos pedir al Señor que nos envíe el Obispo que nos falta, el Obispo que nuestra Iglesia necesita en estos tiempos. Queremos disponer el corazón para la espera confiada del Obispo que, a través de la mediación de la Iglesia, Dios nos dé. Confiamos en la fuerza de la oración y por ello pedimos especialmente en esta Eucaristía, pero queremos permanecer en esta oración todo el tiempo que dure la espera.
Ciertamente vivimos un Adviento prolongado, en la espera del Papa Francisco, con toda le Iglesia de Chile. Y, particularmente, en espera de un nuevo Obispo como Iglesia Diocesana.
Les invito hermanos a seguir celebrando el amor de Dios, el amor que, juntos como Iglesia, vamos viviendo. Amor que recibimos y que queremos seguir entregando, como Iglesia servidora de todos. Así sea.
Gonzalo Espina Peruyero
Adm. Apostólico de Valdivia
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