EL SACRAMENTO DE NUESTRA FE

EL SACRAMENTO DE NUESTRA FE

(Clausura del Año Eucarístico en Decanato San José)

La Unión, 10 de noviembre de 2018

Queridos hermanos y hermanas de Futrono, Los Lagos, Paillaco, La Unión, Río Bueno y Lago Ranco:

Es una gran alegría reunirnos para celebrar juntos “el sacramento de nuestra fe”, la Eucaristía. Como nos dice el Concilio Vaticano II, ella es “fuente y culmen” de la vida cristiana. Efectivamente, la Nueva Alianza, sellada con la muerte y resurrección de Cristo, es fuente de Amor inagotable para todos. Un amor gratuito e incondicional, de quien nos amó primero. La vivencia creciente de este amor es el camino de toda vida cristiana, hasta llegar a la cumbre de amar como Él nos ama. Un amor extremo, pues “nadie tiene más amor que aquel que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13).

La Eucaristía es Sacramento del Amor de un Dios que, siempre está amándonos, con palabras y hechos de amor, a lo largo de toda la historia, llegando a plenitud en Jesucristo. Como nos dice el Evangelio según san Juan: “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él tenga vida eterna” (Jn, 16).

Por ello, es Eucaristía, es decir, “Acción de gracias” por tanto amor recibido. Amor sanador, liberador, plenificador… Amor de Dios que en Jesús se entrega por nuestra salvación. “Tomen y coman, esto es mi cuerpo… Tomen y beban, esta es mi sangre…” (cf Mt  26, 26-30).

La Eucaristía “Memorial de la muerte y Resurrección de Cristo”, actualiza, “aquí” y “ahora”, el Acontecimiento de la Pascua, el acontecimiento central de nuestra fe. Concentra todo el misterio de Cristo. Resume su vida.

Por ello, al contemplar y adorar en la Hostia de Pan consagrado, su Cuerpo, la Presencia Real de su Persona; contemplamos toda su vida, que se concentra en el Acontecimiento de su entrega total, significado en la Última Cena, y realizado en su Muerte y Resurrección.

Así lo contemplamos, en su Encarnación, con Juan Bautista y su madre Isabel, en el vientre bendito de María. Nacido en Belén (que quiere decir “Casa del Pan”), que,  bajo el cuidado de María y José, como el hijo del carpintero, va creciendo en “sabiduría y gracia de Dios”. Contemplamos al Jesús de toda su vida pública, sanando y liberando, anunciando e invitando a entrar en el Reino de Dios; llamando a seguirle y enseñando incansablemente a los apóstoles y discípulos, el camino del amor, empezando por los más pobres. Contemplamos al Jesús de la Pasión que, llegada la hora, asume con confianza la voluntad del Padre; contemplamos al Jesús de la Resurrección, que se va apareciendo a los suyos con su nueva presencia en “Cuerpo glorioso”, ascendiendo a la derecha del Padre, y enviándonos el Espíritu Santo. Él es quien, como nos dice la carta a los Hebreos, “entro en el cielo para presentarse delante de Dios en favor nuestro” (Hb 9, 24).

Un Jesús que, además de enviarnos la compañía, dadora de vida, del Espíritu Santo, quiso dejarnos su presencia real en el Sacramento de la Eucaristía, verdadero “milagro de amor”, que se nos ofrece como verdadero “Pan de Vida”, que sostiene y alienta nuestra vida cristiana.

Sí, hermanos y hermanas, Jesús está siempre esperándonos en los sagrarios de nuestras iglesias y capillas, para conversar sobre la fe, la esperanza y el amor. Para escucharle y contemplarle, y, así, dejarnos amar por Él. Para que Él nos guíe por el camino de la verdad y de la vida, de la libertad y del bien, de la justicia y de la paz. Para adorarle, entregándole enteramente nuestra mente, nuestro corazón y nuestra voluntad.

Sí, adorarle sólo a Él, que se entregó por nosotros, para apartar de nosotros todo ídolo, que no puede salvar pero si engañar; para apartar toda tentación de mundanidad que pervierta la verdadera fe en Jesucristo. La mundanidad que pone como valor primero el tener, acaparando y no compartiendo; el poder en beneficio propio y no como servicio; el placer como valor máximo, que olvida la responsabilidad y convierte al otro en objeto.

Esta contemplación y adoración, si son auténticas, nos llevan a los templos y santuarios vivos, que son cada persona, donde Cristo desea ser reconocido, amado y servido, especialmente en los hermanos más necesitados.  Ellos han de estar en el centro de nuestras preocupaciones como Iglesia. Para seguir ofreciendo al mundo una sinfonía del amor que trabaja por la justicia y la solidaridad. Para que este compromiso con nuestros hermanos crezca, el Papa Francisco, instituyó la Jornada Mundial de los Pobres en el año de la Misericordia, a celebrarse cada año el domingo previo a la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, por tanto el próximo domingo.

Entre Eucaristía y Caridad, hay un vínculo ineludible. Por ello, lo acertado del lema que nos ha acompañado todo este tiempo: ¿Qué haría Cristo en mi lugar?

¿Cómo discernir la autenticidad de nuestra fe y de nuestras “prácticas religiosas”? EL Evangelio de hoy nos da unos criterios claros:

  • “Cuídense de los escribas…que con ostentación dan de lo que les sobra” (cf. Mc 12, 38-44). Es decir del orgullo y vanidad, de ponerse en el centro, de la búsqueda de sí mismos, de la hipocresía, de utilizar la religión (la fe y la Iglesia) para aprovecharse de los demás en beneficio propio.
  • Fíjense, como Jesús, en la viuda de condición humilde que ofreció dos monedas de cobre, que dio “todo lo que tenía para vivir”. Es decir seamos auténticos, humildes y generosos. Seguramente, también a nosotros, como a la viuda de Sarepta (primera lectura) tampoco se nos acabará la harina ni el aceite, para seguir ofreciendo el pan, material y espiritual, a quien lo necesita.

Demos gracias por todo lo que este Año Eucarístico nos ha regalado y, guardémoslo en el corazón, para que siga permaneciendo en nosotros. Demos gracias, de modo particular, por todos los momentos de oración comunitaria en torno al Señor Sacramentado, que nos ha ido visitando, portado en la Custodia Peregrina. Un peregrinaje, donde cada comunidad ha acogido y ha ofrecido al Señor, para seguirle cada día más auténticamente.

Como Pueblo de Dios, como cristianos iniciados con los sacramentos del Bautismo, Confirmación y Eucaristía, todos estamos llamados a vivir unidos a Cristo, renovando el amor en cada Eucaristía, y siendo portadores de Cristo con nuestra vida.

Algunos, desde el Ministerio Ordenado, somos ministros ordinarios de la Sagrada Eucaristía. Pero hoy también queremos agradecer y bendecir a los hermanos nombrados “Ministros Extraordinarios de la Comunión”, que llevan la Eucaristía a los Enfermos y ayudan a su distribución en las Celebraciones, cuando es necesario. Gracias, hermanos y hermanas, por llevar al Señor a las casas. No olviden nunca que van en nombre de Iglesia, de su parroquia o comunidad. Vivan este servicio con mucha humildad, respeto y alegría. Tienen una gran misión de acercar la misericordia de Dios a los enfermos y a sus familias. Recen por ellos y pídanle al Señor que les ilumine y llene de su amor, para tener siempre el gesto y la palabra oportuna. Nosotros, rezaremos por ustedes, para que este servicio les haga cada día más santos, más llenos de la alegría del Evangelio.

Contemplando toda la vida de Cristo, a través de los “Misterios que contemplamos en el Santo Rosario”, en el marco del mes de María, acojamos y portemos, como ella, a Jesús hecho “Pan de Vida”. A Él. El honor y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.


Diseñado y administrado Juan Latorre.