Sab 11,22-12,2; Sal 8; Mt 5, 1-12a
Catedral de Valdivia, 18 septiembre 2019
Honorables, distinguidas y estimadas autoridades civiles, militares, académicas, religiosas, representantes de organizaciones sociales, hermanos y hermanas.
En este 2019, un nuevo aniversario de la Patria nos convoca para la acción de gracias y la petición, al Dios fuente y origen de todo lo creado, Señor de la historia, que acompaña nuestro caminar. Al Dios que, como hemos escuchado en la primera lectura, ama la vida, ama cuanto existe. Al Dios que nos confió la obra de sus manos, como nos ha dicho el salmista. Celebremos al Dios que nos ama incondicionalmente. Celebremos la vida. Celebremos a todos y todas, en esta liturgia que, inserta en nuestra historia, quiere elevar nuestro espíritu.
Los días de Fiestas Patrias propician un especial encuentro con nuestras familias, amigos, colegas, vecinos y conciudadanos de nuestras comunas y regiones. En torno a la fiesta, en la que nunca falta la mesa, se prodigan los mejores deseos para todos. Palabras que, para que no sean mero formalismo, implican un compromiso de cuidado del otro y de la casa común. Todos buscamos la felicidad, pero ésta nunca será completa, si no construimos una “Mesa para todos”, como decía el canto inicial. Con un sincero deseo de aportar al cuidado de todos y de la casa común les ofrezco algunas reflexiones.
LOS DESAFÍOS DE AYER EN LOS QUE PERMANECER HOY
En el anterior Te Deum, partía refiriéndome a la propia Iglesia, con una clara petición de perdón por los escándalos de abusos, y con el compromiso de escucha, reparación, revisión y prevención. Proceso en el que seguimos trabajando, acompañados por el dolor, la vergüenza y la esperanza; en un trabajo constante por asegurar espacios sanos y seguros.
Hemos visto como los escándalos de abusos y corrupción en distintas instituciones, nos dejan un poso de desconfianza que daña el tejido social, y que es preciso reparar junto a la exigencia de mayor integridad, para recuperar la necesaria confianza.
Quizá, junto a otras muchas observaciones hechas, podemos añadir la siguiente. Los grupos e instituciones hemos estado bombardeados por lo que podríamos llamar “fuego amigo” perpetrado por algunos de sus miembros, lo que hace redoblar el trabajo y la excelencia de los demás que navegan y sirven con integridad, teniendo que reparar las vías de agua para que el barco no zozobre. Esto conlleva procesos de purificación, reparación y sanación, desarrollo de nuevas alertas y mayor cuidado y compromiso. Esto supone cambios en la cultura personal, de las instituciones y de toda la sociedad. Son procesos que implican lucidez y tenacidad, que se cocinan “a fuego lento”. Algo muy desafiante para quienes respiramos la cultura del “fast track”, la vía rápida, y el “easy open”, el abre fácil.
También en el anterior Te Deum, afirmamos, desde la enseñanza del Evangelio de Jesucristo, que “lo que importa es amar” y “amar desde abajo”, es decir, desde los últimos, los más indefensos y vulnerables, quienes menos gritan, quienes tienen menos poder, rentabilidad e influencia. Entonces hablamos de las “7M”, de 5 grupos de personas: MENORES, MAYORES, MUJERES, MAPUCHES y MIGRANTES; más dos elementos transversales: MEDIO AMBIENTE Y MEDIACIÓN. Son también desafíos que permanecen.
Hemos de seguir agradeciendo a tantos compatriotas, que encarnan el amor solidario de forma abnegada y sencilla, en sus familias, trabajos, vecindario y organizaciones sociales y políticas. Ciudadanos y servidores públicos, que son realmente constructores de la Patria.
EL DESAFÍO DE DISCERNIR JUNTOS Y NO UNOS CONTRA OTROS
¿Cómo seguir discerniendo sabiamente, entre tantas contingencias de nuestra realidad, los desafíos principales del presente? ¿Cómo poner foco en lo más trasversal y de fondo? ¿Qué evidencias no estaremos sabiendo ver? ¿Qué errores y delitos de hoy tendremos que reconocer mañana? Además de buenos ¿seremos lo suficientemente sabios?
Conocida es la frase, atribuida a Confucio (hace más de 2500 años) que dice “cuando el sabio señala la luna, el necio mira el dedo”. ¿Hacia donde estamos señalando en nuestra cultura, con nuestras formas de pensar, sentir y actuar? ¿Caben las soluciones individuales e insolidarias, del “sálvese quien pueda”? Estamos en la Patria común, en la casa común, en la aldea global, o buscamos juntos las respuestas, más allá de intereses individuales o de grupo, o no habrá buenas respuestas. Porque, como dijo el poeta León Felipe: “No es lo que importa llegar pronto ni solo, sino llegar con todos y a tiempo”.
Jesucristo nos invita al discernimiento. Dice en el evangelio según San Lucas (12, 54): “Cuando ven que una nube se levanta en occidente, ustedes dicen enseguida que va a llover (…) ¿cómo no saben discernir el tiempo presente?”
Pido a Dios para todos, el don del discernimiento y del diálogo. También con mucha humildad lo pido para mí, ante el desafío de aportar una palabra en este Te Deum. Como un peregrino por esta vida y un oyente más del Evangelio, me atrevo a ofrecer esta reflexión: cuidémonos unos a otros y cuidemos nuestra casa común, para tener mejor vida, para ser más felices.
CUIDARNOS PARA TENER VIDA MÁS FELIZ
Algunos signos de alerta que piden atención son las manifestaciones de violencia contra sí mismo, intrafamiliar y social; la fragilidad de las relaciones y pertenencias, la creciente experiencia de soledad, el aumento de los índices de depresión y de suicidio. No podemos detenernos aquí en datos de estudios de organismos internacionales y nacionales. Pero creo que todos vamos percibiendo una especie de epidemia que cursa con estos síntomas que, por ser tan delicados, tratamos con mucha discreción y perplejidad. Nos interroga sobre cómo nos cuidamos y cómo cuidamos a los demás, para ser todos más felices, para tener mejor vida. Tampoco podemos detenernos aquí en las causales de los sutiles contaminantes de nuestra cultura; nos queda como tarea compartida.
El Evangelio, tan bellamente cantado en esta Liturgia, nos muestra una sabiduría para ser feliz, dichoso. Este texto conocido como las Bienaventuranzas, es la obertura del Sermón del Monte (Mt 5 a 7), el discurso evangélico de Jesús, donde se perfila el corazón del hombre nuevo, de la persona feliz, realizada. Un diseño paradójico, cuya verdad se descubre cuando se experimenta.
En este diseño se es feliz teniendo alma de pobre, siendo sufrido y paciente, teniendo hambre y sed de justicia, siendo misericordioso, limpio de corazón, trabajador de la paz, y soportando ser perseguido por hacer el bien. La promesa es de felicidad plena. También aquí nos queda la tarea de desgranar todas las riquezas del texto. Bástenos por el momento referirnos a la primera Bienaventuranza, que de alguna manera engloba a las demás, se trata de la pobreza humilde que nos llena de riqueza, porque nos permite acoger la bondad de las cosas, de los demás y de Dios; en contraposición a la riqueza orgullosa, que empobrece el alma, porque cree no necesitar de nada, de nadie, ni de Dios.
CUIDAR NUESTRA CASA COMÚN
La tierra que habitamos, es nuestra casa común, que el Creador nos confió administrar al servicio de todos, también de las futuras generaciones. Hace décadas que se dispararon las alarmas del deterioro del medio ambiente: el calentamiento global, el cambio climático, la desertificación, la contaminación de los mares y de la atmosfera, etc. Estas alarmas van subiendo de nivel: acelerada pérdida de la biodiversidad, fenómenos atmosféricos que devastan, destrucción del pulmón de la Amazonia, etc.
La Encíclica del Papa Francisco, Laudato si, sobre el cuidado de la casa común, nos índica la importancia de este desafío, causas y consecuencias, así como propuestas para una ecología integral, lo que supone importantes cambios personales, culturales y de gobernanza local, nacional y mundial.
Las consecuencias de la destrucción de la casa común recaerán sobre todo, sobre los más pobres y sobre las futuras generaciones. El cuidado de la naturaleza es tarea ineludible de responsabilidad solidaria. Hemos de celebrar los pasos que se van dando, reconociendo al tiempo que son insuficientes. Ojalá la COP25 (conferencia de las partes) que se celebrará en Santiago en diciembre, propicie importantes avances en el orden mundial y sea oportunidad educativa que aprovechemos en Chile.
El cuidado de uno mismo, el cuidado de los otros y el cuidado de la naturaleza, están íntimamente relacionados y necesitan de la colaboración de todos. Necesitamos seguir conociendo, descubriendo y valorando la riqueza de la creación, para amar la vida como Dios la ama (1ª Lectura), quien nos confió todo lo creado para descubrirlo, amarlo y cuidarlo. Esto nos hace bien. Nos permite admirar, descubrir y gozar de la casa común, dejándola habitable para las generaciones futuras
Precisamente, el 12 de septiembre, el Papa Francisco ha propuesto un evento mundial para el 14 de mayo de 2020, que tendrá como tema “Reconstruir el pacto educativo global”, recordando el proverbio africano que dice: “para educar un niño se necesita la aldea entera”. Se trata de buscar juntos una educación abierta e incluyente, capaz de escucha paciente, de diálogo constructivo y de mutua comprensión. Una educación que nos prepara para afrontar la llamada rapidación, que encarcela la existencia en el torbellino de la velocidad tecnológica y digital, cambiando vertiginosamente las referencias, haciendo que la identidad pierda consistencia y la estructura psicológica se desintegre ante la mutación constante.
Es en una educación integral en que podemos encontrar las respuestas a los problemas de soledad y de relaciones, una educación que nos llame a todos y a todas a reconstruir los tejidos sociales que hemos ido estirando hasta casi desgarrarlos. Es necesaria una educación que haga participes a todos los componentes de la persona en su complejidad: estudio y vida, las distintas generaciones presentes en la sociedad con su memoria, docentes, estudiantes, familias y toda la sociedad civil con sus expresiones intelectuales, científicas, artísticas, deportivas, políticas, económicas y solidarias. Necesitamos pensar en educarnos todos y todas, vaciarnos para repensarnos en un Chile que contraponga a la soledad, la acogida y fidelidad, y a la destrucción de nuestra casa común el cuidado, respeto y amor por conocer los misterios del maravilloso regalo que Dios nos ha hecho.
Deseando el bien de todo corazón, comprometidos con todos nuestros compatriotas, pidamos al buen Dios, que nos dé amor y sabiduría, para cuidarnos y cuidar la casa común.
Así sea.
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